Dónde haya un buen geranio, que se quiten los amores
Las plantas no hacen trampas y no te dejan que se las hagas. No valen los grandes gestos románticos una vez al año, hay que regarlas con regularidad.

Queridas Mentes Insanas,
Os voy a hacer una confesión de esas ya muy íntimas porque llevamos tropocientas semanas de blog y yo ya ando bien suelta aquí escribiendo como quién le cuenta a sus amigas nosequé.
Pues bueno, que ahí voy, que hoy me he dicho que igual es un buen momento para aclarar lo de mis preferencias afectivas. Tengo un orden, jerárquico además, que va así:
- Libros
- Plantas
- Animales no humanos
- Humanos
Es así de claro. Si me dan a elegir, elijo los libros como entorno natural, como compañía predilecta. A veces echo de menos que muevan la cola cuando entro en casa o que me preparen un cenita, pero es así, no se puede tener todo.
Lo que las plantas nos enseñan sobre el amor
Pero, a excepción de los libros que en mi vida han sido tanto, que me han dado tanto, que me han salvado tantas veces… lo que de verdad me gusta y con quien de verdad me entiendo es con las plantas. De hecho, hay plantas que llevan conmigo toda mi vida adulta, mudanza parriba, mudanza pabajo.
Cactus, en concreto, que son de las plantas que más me gustan porque con ellos no se valen las tonterías: es una relación leal, árida y pinchosa, pero clara, extremadamente clara. Y justa.
Hay una metáfora evidente entre el mundo vegetal y el mundo de los amores. Por ejemplo, la relación con las plantas necesita de paciencia y de lentitud.
Y lo bueno de las plantas es que con ellas no puedes hacer trampas, ellas no van a compensar tus carencias, así que te obligan a aprender o ¡pluf! se mueren y ya te apañarás. Así que con las plantas no sirven las excusas: ya le puedes ir a lloriquear la geranio que tú no querías olvidarte de regarlo, o que te has equivocado, que se te ha ido la pinza o lo que sea.
El geranio, por decir algo, quiere soluciones claras y prácticas y es a lo que responderá. Pero para entender sus necesidades, tienes que echarle paciencia y atención, porque no todos los geranios son iguales y cada ejemplar en concreto tiene su mundo propio.
Así que no sirven las prisas ni los grandes gestos una vez cada seis meses y los grandes abandonos entre gesto y gesto. Solo sirve la paciencia para ir observando cómo está, cuales son los cambios sutiles en su aspecto y en su forma, qué significan esos cambio, y qué están esperando de ti.
Otra de las grandes maravillas de las plantas es que no se mueren así, ¡chas!, como de una cosa súbita. Morirse es un proceso, como lo es enfermarse, como lo es debilitarse. Si prestas atención es posible que lo veas venir y puedas tratar de evitarlo. Siempre con la certeza de que las plantas un día se mueren… aunque creo que en el reino vegetal morirse tampoco significa gran cosa.
Una de las cosas que podemos aprender de las plantas en el terreno de los amores es la comunicación sana. Las plantas no se andan con rodeos: echan las hojas abajo, o se amarillean, o no crecen y tú intentas unas cuantas soluciones pero en dosis pequeñas.
Cambiar un poco su orientación, recortar alguna rama que igual le está sacando demasiada energía, abonar o dejar de hacerlo, regar un poco más o un poco menos. Vas haciendo y vas observando.
Cuando has acertado, cuando has entendido, la planta te responde claramente. Hojas arriba de nuevo, floración, crecimiento y de todo. Festival: la planta está contenta.
Las plantas no hacen trampas ni admiten que tú las hagas. Porque se mueren y punto. Y ya te apañarás. Una planta no se dice a sí misma "uy, cuidado con parecer que estás demasiado contenta a ver si ésta ahora nosequé o nosecuantos".
Así que sí, creo que tiendo cada vez más a alejarme de lo humano y recluirme en libros, plantas y algún animalillo no humano que me ronda por ahí, dándome amor y lengüetazos. En eso y en los 5 o 6 seres humanos lo bastante bonitos como para haber merecido nacer en forma de libro o nacer en forma de planta.
¡Feliz semana, Mentes!